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Porfirio Díaz

Porfirio Díaz: ¿Uno de los mejores Presidente de México? ¡No! Crónica de una infamia

 

Durante el siglo pasado y el presente se han destacado dos personajes siniestros, idiotas, ignorantes, cretinos y mediocres: Francisco Bulnes y Francisco Martín Moreno, que se han dado a la tarea de menospreciar a los héroes mexicanos y elevar a los traidores. Con el pretexto de mostrar que los primeros eran “seres humanos de carne y hueso” y los otros “personajes injustamente denostados por la historia oficial”, han pregonado, inventando y falsificando defectos y virtudes de unos y otros. Afortunadamente hay gente con ética, conocimiento y experiencia incomparables que se han dado a la tarea de desmentirlos. 

En primer lugar, daré una introducción, en contra del tenaz y anhelante deseo de querer resurgir y enaltecer la figura del dictador. En segundo lugar, comentaré acerca del Porfirio Díaz militar y falso héroe en la intervención francesa. En tercer lugar, escribiré de sus correrías como agitador y traidor contra Juárez y Lerdo de Tejada a fin de impedir el desarrollo del país y por ahí el origen de su legendario apodo: El Llorón de Icamole, incluyendo sus inicios y consolidación como un vende patrias. Finalmente, en el cuarta espacio, hablaré de su actuación como represor y tirano de México. Mis argumentos, llenos de desprecio y especial odio a este miserable, se sustentan en varias referencias: Su autobiografía; el libro Porfirio Díaz, Empresario y Dictador de Jorge H. Jiménez apoyado en los comentarios de Pablo de Llano; la obra Porfirio Díaz y El Porfiriato Cronología (1830-1915) de Pablo Serrano Álvarez; las conferencias de la Dra. Anna Ribera Carbó y el fundamental México Bárbaro de John K. Turner. Aclaro que cualquier falso argumento de que el norteamericano pretendía la intervención de Estados Unidos es absurdo y fácilmente rebatible, pues en los últimos párrafos del libro hace un enérgico llamado para que Estados Unidos se abstuviera de formar parte de un conflicto que inevitablemente estallaría. He leído y escuchado la torpe hipótesis de que Turner pretendía la intervención gringa, como sí los estadounidenses necesitarán algún motivo. Cualquiera que alabe al Llorón de Icamole, deberá leer y analizar tales obras, antes de emitir un juicio temerario. 

Bien, estableciendo esas bases, lo principal es entender y aceptar que el movimiento revolucionario no es algo que haya surgido de manera espontánea porque la gente no era invitada a desayunar al Castillo de Chapultepec, no le podían ver las piernas a Maria Conesa o no comían pastelillos, la Revolución Mexicana se fue gestando a base de corrupción, impunidad, oprobio y pobreza. Cuando un pueblo se levanta en armas es porque está dispuesto a morir como sea y no de hambre, obviando garantías, deberes y derechos. Esto ocurrió en el norte y en el sur, en la ciudad y en el campo, la miseria fue la detonante del conflicto. Lo otro, fundamental, es tener criterio y no entrar en absurdos desde que Calles reescribió la historia hasta consignas reaccionarias fundamentalistas de que quien critica al asesino Porfirio Díaz, está influenciado por lo que sale en los corruptos medios de comunicación tradicionales o repite lo que le enseñan en la educación pública, pues no hay mayor conciencia revolucionaria que en las aulas. En cuanto a la televisión, es infantil pensar lo contrario, pues quien más que la caja idiota por medio de mediocres intelectuales como Enrique Krauze, limitado como Corín Tellado, han querido enaltecer al genocida o las películas de Joaquín Pardavé, como México de mis Recuerdos, o el mismo Pedro Infante, en la historia de Juventino Rosas. Más servil propaganda a favor del dictador no hay. 

 

La propaganda de los neoporfiristas, al tratar de minimizar los crímenes de lesa humanidad del traidor, es recurrir muchas veces a su actuación como militar en la intervención francesa. De entrada, él sólo no lucho sólo contra el invasor. Los verdaderos héroes fueron los habitantes de Xochiapulco, Tetela, Zacapoaxtla, Cuetzalan, Xochitlán, Nauzontla entre otros. En Zacapoaxtla, incluso, hay un mural del artista Luis Toral Jiménez, donde se plasma a los heroicos poblanos luchando contra los soavos, comandados por Juan Francisco Lucas, el verdadero héroe, junto con Juan Nepomuceno Méndez y Juan Crisóstomo Bonilla, del Sexto Batallón de la Sierra Norte y conocidos como los Tres Juanes. Como altos mandos sobresalieron Ignacio Zaragoza, Manuel Negrete, un conservador extremadamente patriota en ese momento, aunque después su actuar fue tan despreciable como el de Porfirio Díaz, y Mariano Escobedo, al que torpes detractores le inventan que solo dio parte de la batalla e incluso que estaba ebrio. En realidad, Porfirio Díaz fue un segundón, una rémora que quiso colgarse del éxito de otros. La caja Idiota, recuerdo bien, quiso enaltecer la figura del depredador, mostrándolo como un aguerrido general increpando a Zaragoza por no perseguir a los franceses, pero no es así, lo que sí hizo fue rebelarse ante una orden explícita de su mando inmediato, que le perdonó el desliz. ¿Cómo sabe Krauze o quien haya realizado tan necia especulación lo que realmente ocurrió? ¿Cómo lo vieron? ¿Con qué testimonios cuentan? Ni en las memorias del dictador hay tal subordinación o arrebato, solo son alucinaciones. Incluso es tan cobarde su actuación en la intervención francesa que, en su autobiografía, en los hechos de Acultzingo, como siempre, desea todo el mérito y ni siquiera menciona la actuación de José M. Arteaga, que fue determinante, pues defendió el punto heroicamente y puede ser considerado el héroe principal. Cabe destacar que Arteaga fue capturado y fusilado después en Michoacán por órdenes del usurpador Maximiliano (Notas de la misma autobiografía del criminal). 

La principal crítica hacia Porfirio Díaz entre los períodos posteriores a la intervención francesa y su ascensión al poder, radica principalmente en impedir a toda costa que México viviera en paz y se recuperará de las terribles heridas causadas por los conservadores y las sucesivas intervenciones extranjeras, por su enferma ansia de poder, por el poder mismo, no por ayudar a México. Al mismo tiempo, se demuestra lo falso de su lucha contra la “reelección” de Juárez y Lerdo de Tejada, ya que al final él fue peor y sin contar con la voluntad popular. Desde la Rebelión de la Noria hasta el golpe de estado contra Lerdo de Tejada, no cejó en sus intentos de hacerse del poder. Cuando fue derrotado por las fuerzas leales al gobierno en Icamole, como Hernán Cortés, lloró su derrota y fue tan vergonzoso el acto que sus propios subordinados lo bautizaron con el sobrenombre del Llorón de Icamole ¡Vaya héroe! Por otra parte, no fue de él la idea de desarrollar la industria ferrocarrilera, Lerdo de Tejada ya la había iniciado y seguramente la hubiera continuado de seguir gobernando. No hay que olvidar, además, que las líneas ferroviarias impulsadas por Díaz lo único que hacían era funcionar para sus intereses particulares, de sus caciques y de los gringos como el caso de Cananea, además de poder llevar a gente secuestrada a los campos de concentración de las grandes haciendas. Nunca fue su idea apoyar a la población. Como gran contribuyente a la inestabilidad del país desde 1871 hasta 1877 con la Rebelión de la Noria y la Revolución de Tuxtepec se hizo del poder y para inaugurar la estabilidad económica de un país en ruinas y su “paz porfiriana” aumenta los impuestos para pagar la “deuda externa” a los Estados Unidos, que, si bien no invadieron México nuevamente, no fue por obra del miserable sátrapa, sino por los oficios de Ignacio Mariscal, Matías Romero y José María Mata. Además de aceptar posteriormente cobardemente que el control de industrias ferroviaria, de los recursos naturales, las mineras y henequeneras cayera en manos de extranjeros, siendo la única condición que él fuera accionista a cambio de legitimar incursiones de los gringos al territorio mexicano a placer y discreción, como fue el caso de la industria del cobre en Cananea y la textil en Río Blanco. Esa es la estabilidad económica, el progreso y la paz porfiriana: “Todo para mí, nada para los demás” mencionaría Noam Chomsky. Porfirio Díaz creo un sistema depredador, autoritario, elitista y dependiente. Lo mismo era accionista de ferrocarriles, de bancos, intermediación de valores, de minas, de manejo de aguas para generar energía, de obras hidráulicas, de objetos de arte. El nepotismo era su guía, pues su hijo era uno de los principales socios de los monopolios industriales de dinamita, hule y petróleo, refieren Jiménez y de Llano. ¿Estabilidad económica? ¿Cuándo en 1905 devalúo la moneda al 50%? El viejo arte de ser tramposo. ¿Impulso la educación y la salud? ¿De quién? Sólo hay que leer el México Bárbaro. “El sistema legal legitimó las reelecciones de un presidente que estableció una relación inquebrantable entre la modernización, el sistema de gobierno y el dictador. Estas circunstancias transformaron el país para beneficio de una minoría cada vez más pequeña que nunca abrió una alternativa que permitiera cambiar las condiciones económicas, educativas y sociales de la mayoría de la población”, demuestra Jorge H. Jiménez. Dictador y empresario, pues, “mientras expandía su poder y consolidaba a la élite, se dedicaba a extraer un excedente para sí mismo, su familia y sus amigos”, escribe Jiménez, que llegó a la temática de los negocios del presidente por vía indirecta: estudiando el desarrollo urbano de la Ciudad de México, ya que durante el régimen se reveló una constante en los cientos de actas notariales de los polvosos archivos mercantiles de la época, y esa constante era un nombre: Porfirio Díaz, expresa De Llano.

Finalmente, uno de los más descarnados retratos del régimen porfirista es el libro México Bárbaro que no puede desmentirse, ya que existen tres elementos históricos que la propaganda porfirista es incapaz de ocultar: Valle Nacional, Río Blanco y Cananea. El libro consta de 17 capítulos, todos ellos impresionantes dónde detalla la esclavitud existente en México, el exterminio de yaquis y mayas en las haciendas, la acordada (recuerdo la narración de un negro que hacía dinero secuestrando gente para llevarla de peón), el sistema político de Díaz, la represión y destrucción de la oposición incluyendo la complicidad gringa, San Juan de Ulúa, Belén, la personalidad del dictador y el desprecio de su esposa. Sin embargo, Valle Nacional, Río Blanco y Cananea son cosas aparte: espeluznantes, irreales, el infierno en la tierra, una vergüenza de la Historia de México. Mucho de ello se sabe y conoce bien por gente como Ricardo Flores Magón, un verdadero anarquista.

Valle Nacional y tal vez el sureste completo, era un enorme campo de concentración en todo su “esplendor”: deportaciones, familias separadas (incluyendo los infantes de sus padres y madres), hombres unidos a mujeres como ganado, jornadas laborales de más de 14 horas, golpes o azotes hasta la muerte, tiendas de raya, cero escuelas, cero hospitales, comidas consistentes en frijoles, tortillas y pescado podrido, tiempo promedio de vida de UN año, y cuando ya no podían más y que estaban medio muertos venía la solución final: “Échenme a los hambrientos”, a los caimanes, sólo deseando no estar conscientes cuando sucediera. Eso pasaba a mujeres, hombres, niñas y niños, bajo el manto y conocimiento del buen viejo, el llorón Porfirio Díaz Mori. ¡Ah! Porque como lloraba el cobarde. ¿Ese es el progreso y paz porfirianos? ¿Ese es el impulso a la educación y salud pública? No, eso es genocidio, eso es un crimen de lesa humanidad. Ese es Don Porfirio.

 

Río Blanco, la más grande y moderna fábrica de textiles del mundo, la más rentable y la más cruel. Lo único que faltaba era el letrero de la Divina Comedia: “Todos los que entráis aquí abandonad toda esperanza”. Trabajaban hombres, mujeres y niños ¿Impulso a la educación?, con jornadas de 13 horas, con una pequeña diferencia: estruendo, polvo y aire envenenado. ¿Impulso a la salud? En un tiempo los trabajadores exigieron mejores condiciones de trabajo y de vida, ya que pagaban rentas exorbitantes a la propia empresa por unos cuchitriles llamados hogares, además de que les pagaban con vales de la tienda de raya para comprar lo que podían a precios escandalosos. Ese era el trato a la población mexicana, semejante al de los esclavos en Estados Unidos, el país de la democracia, del sueño americano. El propio genocida era accionista de la empresa. Los obreros se organizaron y apoyaban otras huelgas. La fábrica cerró Río Blanco y otras empresas para cortar cualquier ayuda a los huelguistas. Llegó el hambre, la terrible hambre, entonces decidieron ir con el protector del país, el viejo bueno, el autoproclamado héroe del 5 de Mayo, el que nos defendió de los franceses. El miserable dictador falló en su contra y los envío a trabajar en iguales condiciones. Cuando la gente pidió alimento fiado, los cobardes encargados les negaron alimento y se burlaron de ellos. La gente desesperada, tomó por la fuerza lo que les correspondía por derecho. Los soldados, siempre fieles al poderoso y al rico, masacraron a los trabajadores: hombres, mujeres y niños por igual. Como siempre, los medios tradicionales de aquel entonces, fieles al explotador, no dijeron nada o tal vez: “es un día soleado”. Pero la verdad no se puede ocultar por siempre. 

Cananea, la más importante mina de cobre del mundo de la época y como las minas de plata que alimentaron y sostuvieron reinos e imperios, era administrada por gringos e igual que ahora, las condiciones laborales entre los extranjeros, gringos y chinos, no se comparaban con las de los mexicanos. Y al igual que en Río Blanco un trío de valientes, qué terminaron en San Juan de Ulúa, organizaron una huelga pues solicitaban jornada de trabajo de ocho horas, salario mínimo de cinco pesos, seguridad en el sitio, trato respetuoso, cancelación de las infames tiendas de raya, homologación de sueldos con los extranjeros y posibilidades de ascenso. La respuesta de los extranjeros fue la represión, que causó muertos en ambas partes. Sin embargo, faltaba lo peor: entre los dueños, el gobernador Rafael Izábal, el nefasto embajador norteamericano y el gobernador de Arizona, con autoridades mexicanas y mercenarios y soldados estadounidenses reprimieron el movimiento al puro estilo de la tristemente célebre Comuna de París. En Francia, Thiers, celebró la represión del ejército invasor a los franceses. En México, Izábal y Díaz, solicitaron, conocieron, supieron y aprobaron la expedición punitiva en contra de los propios mexicanos. Lo demás es Historia.   

No se engañen, Porfirio Díaz era un maldito, un traidor, un asesino y un cobarde. Y todos los que lo añoran, como dijo Jesucristo: no saben lo que hacen. 

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