Agustín Amaya Santana

En agosto de 1521 los mexicas fueron derrotados y la gran Tenochtitlan destruida, después de una feroz resistencia, bajo el asedio de las huestes de Hernán Cortés, el apoyo incondicional de tlaxcaltecas y aterrorizado de cholultecas y otros pueblos enemigos jurados de los aztecas, y por supuesto, por la viruela y el sarampión. Algunos años después, el último Tlahtoāni, Cuauhtémoc, es ejecutado después de ser martirizado, aparentemente por causa del mítico Tesoro de Moctezuma y una conjura nunca probada. Entre la llegada de los españoles a Cozumel y la muerte del último emperador azteca hay acontecimientos que marcaron el destino de vencidos y vencedores: las Matanzas de Cholula y del Templo Mayor, la Noche Triste, la Batalla de Otumba, las muertes de Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, la propia caída de Tenochtitlan. En este drama histórico se da voz no solo a Cortés y a Doña Marina, sino también a los mexicas: ¿Qué pensaba Moctezuma? ¿Cómo enfrentó Cuitláhuac la muerte? ¿En realidad Cuauhtémoc fue hecho prisionero cuando estaba huyendo? ¿Qué tan ciertos son los relatos de Cortés y Díaz del Castillo? ¿Qué tan cierto es de lo que se acusa a los mexicas? ¿Cuál fue el papel de Malintzin en estos trascendentales hechos? Desde luego los mexicas, y por ende los demás pueblos, fueron sorprendidos por los caballos, los perros, las armas y los barcos que llegaron con los conquistadores, pero sin duda alguna con ellos llegó un enemigo invisible y todavía más cruel: las enfermedades desconocidas. A los españoles los guío el hambre de riquezas y a los mexicas los acabaron las enfermedades y supersticiones. Así pues, se puede afirmar que no fue México lo que nació de este encuentro brutal de dos culturas totalmente opuestas, sino que lo que nació fue la Nueva España del Mar Océano.